martes, 16 de abril de 2013

La incomunicación en la era de las comunicaciones


Los medios de comunicación evolucionan de manera notable. Es curioso cómo los smartphones han cambiado la vida y la forma de entenderla de millones de personas en apenas unos años. Cómo las redes sociales han cambiado completamente las bases de las relaciones

Las herramientas de comunicación son útiles en la vida tecnológica en la que nos encontramos. La conexión, rapidez, accesibilidad y de comunicación continua son ventajas que pueden ayudar mucho en esta sociedad ultratecnologizada. Sin embargo entrañan peligros y no tan banales como en un primer momento se pudiera pensar. Estas tecnologías están cambiando nuestra forma de entender el mundo, de entender la comunicación, de entender las relaciones personales.


Las redes sociales pueden aportar numerosas ventajas en cuanto a comunicación cómoda: posibilidad de contacto a distancia, posibilidad de creación de prácticos grupos de comunicación temáticos, accesibilidad a todos aquellos que posean una red social (que no son pocos); y todo con una relativa gratuidad. Pero, como bien decía Sherry Turkle, “estamos desarrollando tecnologías que nos dan la ilusión de compañía, sin las exigencias de la amistad. Recurrimos a la tecnología para sentirnos conectados de una manera en la que podamos tener un cómodo control”.

En efecto, gran parte de la población, sobre todo aquella con la edad comprendida de entre 13 y 40 años está talmente imbuida dentro de estas herramientas de comunicación que les han otorgado la confianza de mantener casi todo el peso en ellas de sus relaciones sociales.
Es la herramienta que se usa para mantener el contacto, para estar conectados, para mostrar tus intereses y compartirlos, para mostrar quién eres, cómo eres y ver cómo son y quiénes son los demás. El problema empieza cuando se las toma demasiado enserio.

Cuando las personas se basan exclusivamente en las redes sociales para mantener relaciones con el exterior y un “me gusta” sustituye a un abrazo, que es más cómodo. Es obvio y no hace falta explicar los motivos por los que una amistad no se puede basar en algo virtual, limitada a los elementos de feedback de una red social. Pero no es nada excepcional que suceda, al menos parcialmente. Para tantos
cumpleaños, malas noticias, celebraciones... el apoyo y la comprensión que requieren, se dejan en manos del facebook.

O cuándo se usa el perfil como una ventana del mundo interior y se escribe para que los demás vean. Este es uno de los mayores peligros. Al escribir sobre ti mismo en un perfil público, se tiende a ver tu propio portal como un escaparate, te publicitas, en una cierta manera. Los amigos de las redes sociales se vuelven consumidores de tus experiencias, tus gustos, tus comentarios; y tu, como vendedor, no puedes defraudarlos. Una persona cuando publica, selecciona y modifica aquello que la gente quiere que vea de sí mismo . Te creas una imagen virtual, una especie de simplificación o maniqueo de tu persona que, si no se sabe distinguir, confunde a los demás y, lo que es más importante, confunde a ti mismo.

Se pierde la noción de realidad y el conocimiento personal e, incluso, se puede tender a seleccionar aquellos sentimientos que se puedan “publicar”.
El conjunto de ambos aspectos, curiosamente, deriva en la creciente incompetencia de comunicar en la era de las comunicaciones. La comunicación, es decir, la capacidad de entrar en uno mismo y saber explicarlo, de escuchar y empatizar con los demás, es como toda habilidad: hay que practicarla para que se desarrolle.

 No es lo mismo publicar que contar, postear que mostrase, chatear que confesarse. Hace falta el componente humano con su comunicación no verbal -que es totalmente obviada en Internet- y el directo, sin posibilidad de eliminar o modificar aquello que has dicho o hecho; para realmente saber abrirse a una persona. 
Y digo abrirse porque las personas no sabemos qué tenemos dentro por lo que no somos tan capaces de enseñarlo. Tenemos una idea de nosotros mismos que difícilmente podemos confirmarla con un medio tan estático. Si no se somete a prueba con la organicidad humana que nos haga revelarnos, nos quedaremos siempre en una capa superficial de nosotros y de los demás.

Hasta aquí con las redes sociales. Ahora, ¿qué hay de los smartphones?

 Bien, poseen sólo una característica nueva pero que lo cambia todo: son portátiles. Y esto significa que no puedes desconectar nunca. No cierras el ordenador, dejas el mundo virtual y sales al mundo real. Te llevas el mundo virtual encima y depende de cuánta importancia tenga para ti éste, para que vivas más o menos tiempo en el real.

A ello, si le unimos las redes sociales y los chats que tienen integrados, nace una herramienta de comunicación perfecta (accesible 24 horas al día, de gratuidad relativa, y cómoda) perfectamente incomunicativa.
 Se prefiere escribir un whatsupp que es gratis, antes de llamar; y se sustituye el poco orgánico que tenían las llamadas telefónicas: tono de voz, inflexiones, titubeos, acentos, pausas...; en fin, la útil información extra-lingüistica necesaria para entender al mensaje y al mensajero, por unos treinta emoticonos.

Pero éste es uno de los pocos problemas. Es una herramienta que al ser usada prácticamente todas las horas que estamos despiertos; no sólo cambia de manera radical la forma que tenemos de relacionarnos con los demás y con el mundo, si no que empezamos a cambiar nosotros mismos. 
No sabemos salir a la calle sin el móvil que nos diga cuáles son los horarios de autobuses, dónde está la
dirección que buscamos, cuántos han retuiteado mi pensamiento profundo de esta mañana. Por lo que no sabemos buscar y entender los horarios de las estaciones, no nos atrevemos a preguntar indicaciones a la gente y no nos gusta decir la idea genial de esta mañana al colega porque nos da miedo su verdadera respuesta.
Y lo que es más importante: no sabemos aburrirnos.

El mundo virtual te crea un mundo perfecto, con relaciones a medida, con diversión, soluciones y repuestas para todo; que, usado con autocontrol, tiene sus ventajas.

Pero usado sin discriminación empequeñece las herramientas personales para defenderse en el mundo real. La persona no se acuerda de cómo era antes de poseer un universo en el bolsillo y tiende a infravalorarse, empieza a mostrar dificultades en ciertas habilidades para las que su smartphone piensa por él. 

Olvida la básica habilidad de estar solo, la de preguntar o relacionarse con un desconocido, la de aburrirse, la de comunicarse en directo, la de relacionarse en directo por miedo a aburrirse* y la de relacionarse en directo por miedo a aburrir**

* Por eso cada vez usa más su smartphone incluso cuando está en compañía.
**Por eso prefiere escribir que hablar; que aburrir aburre igual (o quizás no, porque se lo prepara con más atención) pero no ve la respuesta espontánea de la otra persona.


Silvia Peinado

No hay comentarios:

Publicar un comentario